Un circo es lo que tenemos como gobernantes. Cada uno con su
papel, alguno más divertido que otro (no olvidemos la “gracia” de Mato frente a
la chulería de Montoro), pero todos ellos actuando en el Gran Circo Político
España. Un espectáculo que va más allá de nuestras fronteras y que se ha hecho
famoso en el mundo entero. No será por su calidad, ni mucho menos. Dejemos su éxito
en manos de la falta de vergüenza y el ridículo desmesurado.
Si llevamos meses asistiendo a funciones cuanto menos
entretenidas, esta semana ha tenido lugar una actuación especial protagonizada
por el mismísimo Presidente. En un escenario caracterizado por la crisis
económica y el malestar de la sociedad, nuestro Mariano ha vuelto a ponerse una
vez más su traje de payaso, su enorme nariz roja que cada día se alarga más
como la de aquel divertido dibujo animado y un maquillaje que oculta todo tipo
de carisma.
Emocionada ante tal actuación, sorprendida me quedé cuando
Rajoy decidió dar comienzo al show. Nadie me había avisado de que sería mudo en
su mayor parte o como mucho el protagonista recurriría a un guión bien diseñado
pero falto de credibilidad. Es lo que pasa cuando se deja todo tan bien
calculado, puesto que ya no es solo el caso Bárcenas, sino que se pasa a
cuestionar la calidad de nuestro payaso protagonista. Un poquito de
improvisación no vendría nada mal.
No obstante, lo que sí consiguió el gran Mariano fue
hacernos reír. Del “Todo es falso menos alguna cosa” pasamos al “No me someteré
a chantaje”. Parece, o me gustaría pensar, que va a dejar de reírse de los
españoles y esta vez vamos a ser nosotros los que le dejemos en calzones y más
rojo que el logo de la oposición. Algo que deberíamos hacer pero que, como han
señalado periódicos extranjeros, no se hace: España vuelve hacer gala de su talante
frente a la corrupción. Mociones de censura, justicia…todo eso está muy bien,
pero la presión del pueblo es, sin duda, la mayor de las armas para tener una
democracia de verdad.
El Gran Circo Político España nos sorprende cada día con
nuevas funciones. La última tan comprometida y ridícula que solo debe tener un
desenlace: el despido de sus trabajadores y el cierre de sus puertas.
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